Recorre
los lindes de mi piel la estela de la golondrina dorada
y
la cálida ternura de la brisa zafiro dibuja un sendero cristalino,
las
hordas de las olas de las espadas del viento abren el camino
en
el valle estrellado de turquesas aladas atraído por su estandarte.
Livianas
se vuelven las cadenas que enjaulaban las mentes
y
en viruta se espanden en estallido inesperado,
hacia
el ojo del mago,bajo el mar de los tulipanes dorados,
yermas
quedan las ligaduras de las almas.
Las
sandalias en el océano de las dunas no dejan las huellas
y
la esmeralda blanca no castiga,en las dunas aterciopeladas de los
errantes,
los
ríos de la seda escarlata ya bifurcan el horizonte
y
las niñas del agua florecen cono luceros.
La
geoda que camina sobre las olas y el ruiseñor del este convocan la
alquimia
en
el festín de la aurora que usurpa entre los destellos
del
shambala floreciendo en el crisol de cada ánima,
que
van cruzando la vereda de las huestes que le acompañan.
Se
impregnan los valles con el aroma de una huella lejana
que
regresa para doblegar al enjambre de ortigas,
logrando
las luciérnagas brillar como el céfiro dorado
en
cada sombra de la maltratada madre.
El
eco profundo de su voz se expande inexorable
y
las abadías de los ángeles cristicos dominan con su llamada,
desde
los jirones de las nubes hasta los guardianes de las cumbres.
¡El
eleva la voz de la madre,y la de todas las ánimas,él es el trueno
índigo del alba!
Francisco
Javier
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